lunes, 29 de abril de 2013

El bar Correo y la oficina postal de la calle Jesús María

El bar Correo y Simago, foto tomada del blog "Córdoba por siempre"
Reconozco que no abundan mucho los bares por este blog, ni las cañas, ni los flamenquines. Podría decir que lo hago aposta, para contrarrestar el imperio de los devoradores de salmorejo sobre esta ciudad y sus espacios libres (la última vez que paseé de noche por la muralla de la puerta de Almodóvar se me cayó el alma al suelo), pero en realidad es más bien por falta de datos.



Aún así, y como muestra de buena voluntad, quería compartir la alegría de haberme enterado de por qué al bar Correo se le llama así. Para quien no conozca el bar, estamos hablando de un minúsculo local junto a la heladería de David Rico de las Tendillas, en la calle Jesús María. Aquí no son muy populares las tapas, los refrescos o los vargas. Al Correo se va básicamente a beber cerveza, mientras se charla alegremente en la calle, de pie, ocupando en los días buenos todo el ancho de la calle.

Los más avispados lo habrán asociado ya con el nombre de la farmacia "del Correo", que está a dos pasos del bar, y por ahí van los tiros. Aunque la calle Jesús María mantiene su nombre original (que viene del convento de monjas, llamado de Jesús y María, que había junto al local del cine Góngora), su aspecto cambió enormemente a lo largo del siglo XX. Originalmente era una calle estrecha y llena de rincones, desde el Conservatorio hasta las Tendillas. Como se ve en las fotos de la derecha, circular por esa calle era un auténtico tostón.

Pues bien, en el número cinco de esa calle, tercer portal de la izquierda contando desde las Tendillas, estaba situada una oficina de Correos y Telégrafos, que siguió allí hasta el traslado al edificio de la calle Cruz Conde en los años 40. Esa oficina dio nombre tanto a la farmacia como al bar, que según la Cordobapedia abrió un 25 de mayo de 1931, siendo desde entonces un negocio familiar. Así se puede ver en la fotografía de abajo (izquierda), de los años 50, en la que se distingue el cartel del bar Correo detrás del de David Rico. La oficina de Correos, que ya no estaba activa en aquel momento, corresponde al pequeño edificio de la acera de enfrente, uno que está encajado entre el bloque de tres plantas y la fachada encalada del otro edificio ancho y bajo que, si no equivoco, debe ser el palacio de los marqueses de Valdeflores (también vacío en esos años).



Ampliando las fotos se puede ver como el balcón de ese edificio tiene un mástil para bandera, indicando su función pasada de sede de un organismo oficial. En la foto de la derecha, es el edificio que hay entre el señor que camina despistado y el que posa apoyado en un jaco. Al fondo, se ve la plaza de las Tendillas.

Y una vez dicho todo esto, ya podemos ir de cañas al Correo a comentar el urbanismo de mediados del siglo pasado.

PS. Carlos Castilla del Pino, en su famoso artículo "Apresúrese a ver Córdoba", menciona en la segunda página al palacio de los marqueses de Valdeflores (siglo XVIII) como uno de los que se habían ido destruyendo ante la pasividad de las autoridades que debían conservar el patrimonio histórico. Pues bien, ahí está una foto del palacio perdido.


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Fotos del Archivo Municipal de Córdoba.

jueves, 25 de abril de 2013

Capiteles de avispados: historia, vergüenzas y esperanza


El nombre fue una feliz ocurrencia para denominar a una triste realidad.

Los capiteles que coronaban los palacios cordobeses en el siglo X, la época del esplendor de la Córdoba califal, eran similares a los que se ven en la foto: cubos de mármol tallados y trepanados, es decir, con pequeños agujeros practicados como decoración, dándoles la apariencia, según se mire, de un conjunto de plantas, de una esponja o de un nido de avispas. De ahí que se les haya llamado "capiteles de avispero".

El motivo por el cual los talleres califales comenzaron a producir este tipo de capiteles se explica, en ocasiones, como una evolución original a partir del capitel corintio que trabajaban los romanos, y que los propios musulmanes hispánicos reutilizaron en edificios como la Mezquita (antes templo pagano). Debí leer, aunque no recuerdo dónde, una explicación complementaria de la producción de capiteles de avispero durante el Califato. Sin embargo, no la entendí mejor hasta que no tuve la suerte de visitar, hace pocos días, uno de los lugares más increíbles que puede haber en el mundo, y sin duda el monumento más impresionante en el que he entrado: la antigua iglesia y mezquita de la Divina Sabiduría. Para los amigos, Santa Sofía, en Constantinopla, actual Estambul.

Capiteles en Santa Sofía (Estambul)
Esta iglesia de finales del siglo VI, dentro de la cual cabría el campanario-alminar de la Mezquita-Catedral, sin que el San Rafael que lo corona llegara a tocar el techo de la cúpula, está cuajada de capiteles de mármol blanco, sospechosamente similares al modelo califal cordobés. Lo mismo ocurre en otras antiguas iglesias bizantinas, con su origen más remoto en los años de esplendor del Imperio romano de Oriente, llamado más tarde Imperio bizantino. Pero, ¿cómo pudo influir la arquitectura de Constantinopla sobre la de Córdoba, en una época en la que las distancias eran mucho mayores que hoy? Bueno, esta relación se expone claramente en algún trabajo publicado hace años, acerca del apasionante relato de las embajadas que iban y venían, en los siglos IX y X, desde Córdoba hasta Constantinopla, estableciendo una relación de amistad entre dos poderosos estados que constituían enemigos naturales (en el caso de Bizancio, en constante guerra abierta) de los califatos de Oriente Medio y el norte de África. Las relaciones no fueron sólo políticas (la isla griega de Creta estaba aún ocupada por los cordobeses deportados tras la revuelta de Saqunda), sino también, y quizás sobre todo, culturales. Decenas de columnas fueron enviadas por el emperador bizantino cuando se comenzó la construcción de Medina Azahara, y los mosaicos del mirhab de la Mezquita fueron elaborados por especialistas mandados desde Constantinopla con el encargo de reproducir en Occidente, y para un monarca musulmán, las obras de arte cristiano de las iglesias orientales.


Capiteles en Küçük Ayasofya (Estambul)
Muchos siglos después, cuando las guerras hubieron destruido los palacios, y cientos de años después de la salida de los moriscos del reino español, los capiteles de avispero se convirtieron en piezas de museo y en objeto de conversaciones alrededor de un flamenquín o unos caracoles. También, por desgracia, en objeto de la codicia de algunos cordobeses (o no, a saber) que vieron en el abandono del enorme patrimonio cultural local una posible fuente de ingresos. Esos inteligentísimos y vivarachos hijos de padre anónimo decidieron que podían sacarse una millonada si conseguían hacer llegar algún capitel abandonado hasta la eterna tierra de los piratas, y su capital: Londres. Cada cierto tiempo, nos hemos estados despertando con la noticia de que una casa de subastas inglesa saca la venta capiteles procedentes de la época califal cordobesa. Así ocurrió, por ejemplo, hace unos cinco años, en Christie's, y parecidos disgustos vuelven a castigarnos de vez en cuando, ante la desidia y/o la impotencia de las autoridades españolas.

Capiteles de avispados, según la denominación que se le ocurrió a un amigo. Capiteles que ni siquiera acabarán en un museo a miles de kilómetros de su hogar, como este, este o este. Avispados e iletrados chorizos que se dedican a mangar y vender estas piezas únicas, y a los que se refiere un artículo aparecido hoy en Cordópolis (y, a continuación, en multitud de periódicos), que afirma que la denuncia de un particular ha conseguido poner en marcha una investigación sobre la salida del país de dos de estos capiteles cordobeses. La subasta no ha encontrado comprador, y quiero pensar que sea por miedo a adquirir una pieza robada.

Porque cuando estamos tocando el fondo, como decía Celaya, nuestros cantares no pueden ser simplemente un adorno, vaya desde aquí mi deseo, con todas mis fuerzas, de que se localice y empure al chorizo capitelista. Pero más alegría me produce la noticia de que un particular o particulara, alguien nacido en esta feria de los discretos que tenemos por ciudad, ha tenido las pelotas necesarias para hacer algo por nuestro patrimonio. Gracias en nombre de todos los cordofrikis locales.