viernes, 27 de noviembre de 2009

En el nombre de Córdoba (2): los mercaderes de Oriente

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El sur de Hispania (por llamar al territorio de alguna forma), y Córdoba con él, entró en la historia de la mano de los pueblos que la estaban escribiendo hace casi tres mil años. Concretamente, gracias a los navegantes fenicios, cuyo imperio comercial se encontraba en su apogeo cuando, allá por el siglo VIII a. C., comenzaron a fundar colonias en la costa andaluza. Cuando los babilonios invadieron Palestina, muchos de los habitantes de las ciudades fenicias huyeron a su más pujante colonia africana, Cartago (Túnez), donde el imperio pudo resurgir. Pero esta vez ya no sólo les interesaba la pasta: los cartagineses supieron combinar el arte del comercio con el de la guerra.

El idioma fenicio, que luego evolucionó hacia el cartaginés (o púnico), es para muchos la clave del nombre de Córdoba. La partícula
kart- significa ciudad, como en la propia Cartago ("ciudad nueva") o, según algunos, por ejemplo, en Carteya. Los fenicios pudieron encontrarse, al remontar el Guadalquivir, un gran núcleo de población indígena, y llamar al lugar "ciudad grande", Kart-tuba.


Para otros, fueron los cartagineses, más tarde, los que dieron nombre a la ciudad, dedicándosela Amílcar Barca a su general Juba (del que agradecería alguna referencia, porque no he encontrado nada), muerto en combate en el año 230 a. C.

Curiosamente, en los trabajos de habla inglesa, como un atlas etimológico didáctico a nivel mundial que se publicó hace poco, se ha popularizado una teoría completamente distinta, que haría proceder el nombre de Córdoba del fenicio
qorteb, que significa "molino de aceite".

Mires donde mires, cuando se esgrime una hipótesis normalmente se hace sin discusión. Cada uno elige la opción que más le agrada, y la pone como oficial, aunque no exista ninguna certeza sobre el tema.


Porque, en todo caso, fenicios o cartagineses se limitarían a nombrar una ciudad, no a fundarla. ¿Y si el nombre de Córdoba fuera anterior a todos ellos? ¿Y si la denominación indígena hubiera sobrevivido hasta nuestros días?


¿Quiénes fueron los primeros cordobeses?

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Me cuenta Manuel Harazem algunas ideas más sobre el tema. En relación con los fenicios,
Emilio González Ferrín, en "Las rutas del islam en Andalucía", explica el origen oriental como Qorat (en realidad, lo mismo que Kart, krt) Tobá, que traduce como "villa buena".

lunes, 23 de noviembre de 2009

En el nombre de Córdoba (1): etimologías míticas

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¿Qué se esconde detrás del nombre de Córdoba? ¿Qué significó en alguna lengua antigua, muerta? ¿Qué sentido tuvo llamar Córdoba al pequeño grupo de chozas que se agolpaban en la cumbre de la Colina de los Quemados? Desde antes del 2.000 a. C. y, de forma continuada, desde el siglo IX a. C., hubo un asentamiento en este lugar, y desde entonces debió tener un nombre que ha variado muy poco hasta la actualidad.

Córdoba se llama Córdoba desde la época de los visigodos, como muestra la moneda de la época de Chindasvinto, siglo VII, que encabeza la entrada. Antes, los romanos la llamaron
Corduba, que habría que pronunciar Córduba, como se hace normalmente con otras localidades como Cástulo, Épora o Cárbula.

Pero el nombre es anterior a la ocupación y fundación romana (recordemos que fundaron una ciudad colonial junto a la indígena), y son muchos los que han intentado darle una explicación. Pablo de Céspedes, desde su posición vinculada al cabildo catedralicio de Córdoba, trató de usar la Historia Sagrada, y dedujo que la ciudad había sido fundada por pueblos de habla hebrea que vinieron
a esta tierra tras el Diluvio.

Separa el nombre de la ciudad en
kar- y -daba. Aunque la primera palabra significa tanto "cordero" como "dehesa", y la segunda "fuerte", Pablo de Céspedes enrevesa los significados a base de buscar sinónimos en la obra de autores clásicos, convirtiendo "fuerte" en "fecunda, fértil, llena de fuerza y virtud". Da complejísimas explicaciones a la variación de vocales entre "Córdoba" y "Kárdaba", y a otros aspectos lingüísticos. "Prados fértiles", queda más o menos la cosa. Hoy resulta sólo un ejercicio de ficción histórica pensar en oleadas de la diáspora judía fundando ciudades en el sur de Hispania.

Pasados los siglos, Sánchez Feria pasó de puntillas por esta cuestión, pero no se pudo contener, y dejó caer que la divinidad semita Baal podría tener algo que ver con la última sílaba de Córdoba.


Una vez que el estudio de algunas lenguas muertas se abrió camino entre la comunidad científica, los ojos se posaron en otras culturas que podrían haber dado nombre a la ciudad. Los navegantes orientales que llegaron a Andalucía desde el siglo VIII a. C. (fenicios primero, cartagineses mucho más tarde) podrían haber superpuesto su propia denominación a la indígena, olvidándose el antiguo nombre ibérico, y quedando el fenicio para la posteridad...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Luchando contra la viruela

El siglo XIX vio el desarrollo de las primeras vacunas, y los intentos por extender la inmunización a la mayor cantidad de gente posible. La viruela, cuyas epidemias asolaban periódicamente a la población, era el objetivo de las primeras campañas de vacunación. El pus o la linfa extraídos de las terneras infectadas se transportaba en viales de cristal hasta los pueblos más recónditos, donde la inexperiencia de los profesionales encargados del proceso y la mala calidad de las muestras provocaban la desconfianza general de los ciudadanos.

A finales del siglo, prácticamente durante la última década, tomó fuerza un nuevo procedimiento, que suponía llevar las terneras directamente al lugar donde se iba a practicar la vacunación, lo cual resultaba más útil para evitar la infección de los sujetos con otras enfermedades, y mejoraba la eficacia de la vacuna.


En este contexto se encuadran el anuncio encontrado en la prensa local cordobesa del día 9 de octubre de 1897, la fotografía procedente del
blog de un médico gallego y la pintura que he añadido, que ilustran las escenas que se darían en ese local de la plaza de Colón.



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Edit: Saqunda aporta otro recorte de prensa, esta vez de 1923, de la revista "Patria chica".


sábado, 14 de noviembre de 2009

Propietarios faroleros: el mortal peligro de perderse en la sierra.

Cordobeses (y cordobesas) inconscientes (e inconscientas), imprudente gentuza aún empeñada en andurrear libremente por la sierra y sus caminos públicos de cuyo recorrido el Hexcelentísimo Alluntamiento no quiere acordarse. ¿No se dai cuenta del peligro que acecha al senderista incauto a la vuelta de la esquina?

La muerte se esconde en cualquier rincón en caso de despistarse y no seguir al pie de la letra las instrucciones de los propietarios y guardas de las fincas, que por nuestro bien van cerrando las veredas y caminos de libre tránsito, no vaya a ser que un día ocurra una tragedia.


Tragedia como la que le pudo ocurrir a un pariente de un guarda de una finca cercana a Valdejetas, cuando un jabalí enfurecido se le acercó amenazante, cerca de la zona por donde pretendíamos dar una vuelta, según nos contó. Ni se me pasó por la cabeza que simplemente nos estuviera metiendo miedo para no recorrer una vereda usurpada por los propietarios de la finca.


O como la que puede suceder en una finca próxima a Las Jaras, donde al parecer, según me contó un pariente del dueño, los guardas tienen la orden de soltar los perros a cualquiera que se encuentre fuera del recorrido habilitado por la Junta como vereda provisional. Es decir, que si te pierdes o caminas por la vereda auténtica, corres peligro de muerte.
Igual sí que los propietarios hacen uso del humor argentino: señora, no asuste a los niños con brujas, ogros, extraños seres imaginarios. Llegado el caso, emplee algo más real. Un lobo, una araña, una buena víbora...

O, finalmente, como el aviso a navegantes que encabeza el artículo, sito en un camino junto al Guadiatillo. No hay ninguna valla que cierre la finca, ni ningún obstáculo al paso de ganado por el camino, pero te asustan con la existencia de ganado bravo, igual que te avisan del corte del camino cuando hay cacería. Con la escopeta hemos ido a dar, amigo Sancho.

Paseen, gente. Que a poco que llueva estará el campo bonito.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

San Martín o la ermita de las Montañas en la calle Montero

Hoy, 11 de noviembre, es el día de San Martín: tradicionalmente, la fecha de la matanza. Así que parece buen momento para hablar de una pequeña ermita que, si hacemos caso a las siempre peligrosas teorías de Bartolomé Sánchez Feria (siglo XVIII), puede ser uno de los centros de culto cristiano más antiguos de Córdoba.

La ermita de Nuestra Señora de las Montañas, en la calle Montero, no es hoy más que un taller de carpintería, pero su discreta fachada, con el óculo central, no deja lugar a dudas: hasta los años 50, según
Cordobapedia, mantuvo su función original. Antes, hasta 1831, fue hospedería de los ermitaños del Desierto de Belén ("Las Ermitas") para sus estancias en la ciudad, y posiblemente venga de aquí el nombre popular de la advocación. Con ese uso nos remontamos allá por el siglo XVIII, y nos acercamos a la época en que era más conocida con el título de San Martín. San Martín era la imagen principal que había en el retablo de la ermita, y el titular del hospital que antiguamente albergaba el edificio anexo.

Sánchez Feria se remite a las crónicas que tratan el viaje que hizo a Córdoba el monje San Juan de Gorcia, como embajador del emperador Otón I del Sacro Imperio Romano Germánico, en tiempos de Abderramán III, concretamente en 957. En ellas se afirma que San Juan se alojó en un palacio, bien vigilado, y que acudía los domingos a la iglesia de San Martín, que se encontraba cerca de dicha residencia, a dos millas del Alcázar andalusí. Sin embargo, la distancia real entre el Alcázar y la ermita es más o menos de una milla. En ningún caso está de acuerdo el autor con identificar esta iglesia de San Martín con el monasterio de San Martín de Rojana, situado en la sierra.


Esta dudosa identificación, junto al estudio de la imagen del titular, sirve a Sánchez Feria para argumentar que la ermita de las Montañas, situada en lo que sería un antiguo arrabal emiral o incluso tardorromano, hunde sus raíces en un lugar de culto anterior a la invasión musulmana. Estaríamos hablando de una carpintería con más de 1300 años de historia.

sábado, 7 de noviembre de 2009

El retorno del Mejor entre los Príncipes

La ciudad velaba, en pie toda ella, en la ladera desde la que se dominaba la calzada. Un mar de antorchas iluminaba de manera fantasmal la colina de Épora, cientos de ojos miraban fijos hacia el este, contemplando el insólito espectáculo. En el silencio de la noche, el metálico rugido de los pasos acompasados de los legionarios. La interminable fila de soldados que avanzaba, con sus armas envainadas, por la via Augusta, la gran ruta que comunicaba la Bética con Roma.

A lo largo de miles de kilómetros de incansable marcha, los pueblos y ciudades se habían vaciado de gente ansiosa por compartir el solemne momento del paso del ejército. La multitud se concentraba en la calzada. Si de día resultaba una experiencia imborrable, por la noche se convertía en un encuentro con los dioses. Aquella madrugada de noviembre del año 117, hasta el cielo de Hispania rendía homenaje al
Optimus princeps, al Mejor entre los Emperadores. El gran Júpiter, su padre Saturno y su hijo Marte, dios de la guerra, estaban presentes junto a las constelaciones del otoño.

Una representación de cada una de las legiones que habían servido al Emperador en las guerras que llevaron a la gloria al Imperio Romano escoltaban ahora al gobernante en su último viaje. Los veteranos de Dacia, aquellos que vieron las montañas de Persia, los que sufrieron el desierto pétreo. Con sus hachas encendidas iluminaban el camino de vuelta a la patria de su líder, a la floreciente Bética. No le llevarían a su ciudad natal, Itálica, sino que descansaría para la eternidad en el foro de la capital provincial, la rica Colonia Patricia, antigua
Corduba. Para ello había suprimido el Senado la prohibición de enterrar dentro de las urbes del Imperio, quedando así parte de los restos mortales en la capital, Roma.

Al borde del camino, a pocas millas ya de Colonia Patricia, un campesino admiró la vanguardia de la fúnebre comitiva. El rostro impasible de los enormes soldados de la infantería pesada, las disciplinadas columnas, el poder que desprendía la caballería en la penumbra. Al fin, el gigantesco carro que transportaba la urna de mármol, en cuyo interior, un cofre metálico escondía las cenizas del Emperador. El súbdito bajó la cabeza y murmuró para sí:

- Que la tierra te sea leve, príncipe Trajano.


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Fue bajo el mandato de Trajano cuando el Imperio alcanzó su máximo esplendor. Curiosamente, fue el primer emperador hispano, y el primero también de fuera de Italia. Realmente, tras la muerte de Trajano, sus cenizas fueron introducidas en la base de la columna que lleva su nombre, en el foro romano, y saqueadas posteriormente durante las invasiones bárbaras.

martes, 3 de noviembre de 2009

Milenario (9): Suleiman, el Califa de los beréberes

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¿Existe una forma simple de explicar las guerras civiles de 1009-1031? Es arriesgado, pero Viguera Molins se acerca en Los reinos de taifas y las invasiones magrebíes: aparte de las injerencias cristianas y las influencias de los poderosos eslavos, fue básicamente una guerra entre los andalusíes y los beréberes llegados en el siglo X. Los andalusíes eran los hispanorromanos, tanto los convertidos al islam (muladíes, que debían ser mayoritarios en el siglo XI) como los aún abundantes cristianos, sumandos a los árabes sirios y yemeníes, y a los beréberes venidos en los primeros tiempos de la dominación musulmana. Los nuevos beréberes habían llegado recientemente para servir a Almanzor, y se habían convertido en una fuerza incontrolable.

El nefasto (y breve) cuarto Califa al-Mahdi se encontró pronto con la horma de su babucha. ¿Se podía esperar otra cosa, después de desterrar a sus más capaces gobernantes eslavos, y maltratar a sus mejores soldados, los indomables beréberes? ¿Cómo podría defenderse de estos últimos si decidían tomar el poder? La respuesta es sencilla: no podría.

Cuando Suleiman al-Mustain reunió a los norteafricanos en torno a sí, cerca de Adamuz, y completó sus tropas con soldados de Castilla, la suerte de Córdoba quedó echada. Muhammad II al-Mahdi apenas pudo oponer un grupo inexperto de comerciantes, campesinos y demás civiles reconvertidos a guerreros. Las crónicas nos hablan de diez mil cordobeses muertos en la batalla del 5 de noviembre de 1009, que provocó la huida del Califa a Toledo y la proclamación de Suleiman como quinto gobernante desde que Abderramán III puso fin al emirato en 929.

¿Qué fue de Hisham II, que permanecía oculto por al-Mahdi desde la farsa de su entierro? Pues su propio opresor trató de sacarle a la calle en busca de legitimidad, cuando la batalla contra Suleiman parecía ya imposible de ganar. El débil hijo de Alhakén sólo duró unas horas en libertad, y volvió a las mazmorras.

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Línea temporal de la dominación musulmana (I y II)