sábado, 27 de septiembre de 2008

La Cruz y la Espada (I)


El nacimiento del siglo XII vino marcado por la conquista de Jerusalén a los musulmanes en 1099, durante la Primera Cruzada. La escasez de efectivos capaces de defender un reino tan alejado de la Europa cristiana (Bizancio tenía suficiente con tratar de defenderse a sí misma) se vio aliviada por la creación de unas órdenes religiosas que tenían como principal objetivo la protección, con las armas si fuera preciso, de los Santos Lugares. Así nacieron en los primeros años del Reino de Jerusalén las órdenes del Temple y del Hospital de San Juan de Jerusalén, luego llamada de Malta.

Al Andalus, mientras tanto, sufría los cada vez más audaces ataques de los reinos del norte (Toledo había caído en 1085) y el imperio almorávide no parecía capaz de frenarlos. A mediados del XII, en el período conocido como Segundas Taifas, las órdenes militares de Oriente llegaron a Castilla para colaborar en la reconquista, haciéndose cargo los caballeros templarios de la villa de Calatrava, clave en la protección de Toledo, y los de San Juan del enclave de Uclés, en Cuenca.

La huida de la orden del Temple ante el empuje musulmán propició la creación de la primera orden militar castellana en 1158, cuando el abad Raimundo de Fitero formó un ejército de 20.000 hombres que defendió con éxito Calatrava. A continuación, en 1170, la orden de Santiago tomó el mando en Uclés ante la desidia de los hospitalarios. La orden de Alcántara apareció en la Extremadura dominada por el reino de León, con el nombre original de San Julián de Pereiro.

Las órdenes regían sus propios territorios, reclutaban monjes-soldado y administraban y repoblaban las localidades que se iban incorporando a Castilla. Y cuando era necesario, enviaban sus tropas, caballeros con capas blancas y cruces coloreadas, a ponerse al lado de los enormes ejércitos reales que trataban de forzar la entrada al valle del Guadalquivir.

El creciente poder de las órdenes militares entre los siglos XII y XV llevó a los Reyes Católicos a tomar la decisión de asumir su mando, convirtiéndolas así en meros instrumentos al servicio de la Corona y, con el tiempo, en órdenes honoríficas que aglutinaban a nobles de las mejores familias.
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La Cruz y la Espada (II)
Imágenes: caballeros templarios y cruces de las órdenes de Calatrava, Santiago y Alcántara

martes, 23 de septiembre de 2008

Córdoba frente al misterio (10): la ternera descabezada

Si el tatarabuelo de Iker Jiménez hubiera visitado Córdoba, probablemente habría sabido de un pequeño cuento chino que se contaba por estas calles en los primeros años del siglo XIX, y vete tú a saber desde cuándo.

La leyenda se situaba en la calle Caño, la que hoy va de la esquina de Fuentes Guerra hasta cerca de la plazuela de Chirinos, y que antiguamente, por no existir comunicación con Ronda de los Tejares, giraba para desembocar en Osario. Contaban las madres para acongojar a los niños revoltosos, y educar a las niñas desmadradas, que vivían una vez una señora con su hija en la mencionada calle. Al parecer la chavala la humillaba constantemente y llevaba una vida, digamos, adelantada a su tiempo. Era tal la desesperación de la madre que un buen día, harta ya de maltratos y deshonras, le soltó una maldición no exenta de originalidad, pues le dijo que más le valdría haber parido cualquier tipo de bestia, desahogándose a continuación hasta que tembló el cielo y la tierra.

Cuál no sería la sorpresa la mañana (supongamos) que apareció la niña convertida en ternera, para desesperación de la madre, que pensaría que no se refería exactamente a eso cuando hablaba de bestias y castigos divinos. Vamos a pensar que la señora trató de enmendar el tema con el párroco de San Miguel o con unos pocos rosarios, antes de pasar al siguiente capítulo de la historia, que consistió en coger un hacha y cortarle el pescuezo a la ternera/hija, tirando ambas partes al caño subterráneo que daba y da nombre a la calle.

Y desde entonces, por las noches, los vecinos se recogían temprano en sus casas para evitar el encuentro con la ternera descabezada, que salía dando bramidos y espantando al vecindario del barrio del Trascastillo.

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Se puede leer un poco más de la historia en la edición digital de "Paseos por Córdoba".

viernes, 19 de septiembre de 2008

Aquí yace Almanzor


Al menos, así lo dice la tradición y la mayor parte de las fuentes. Difunto o agonizante, Almanzor entró en Medinaceli (Soria) en agosto de 1002, y recibió sepultura en el interior de la ciudad, honor reservado únicamente a altas dignidades (en Córdoba, únicamente a emires y califas). Había mantenido durante años la tradición de sacudirse el polvo de sus vestimentas cada vez que llegaba al campamento tras una batalla, guardándolo para ser enterrado bajo él. La inscripción junto a la tumba decía así:

Sus hazañas te hablarán sobre él,
como si con tus ojos lo estuvieras viendo
¡Por Alá! Nunca volverá a dar el mundo nadie como él,
ni defenderá las fronteras otro que se le pueda comparar

El paso del tiempo y de las guerras llevaron al olvido general el lugar del reposo de Almanzor, pero siempre hubo alguien que pudo asegurar que allí donde se alzó en primer lugar la iglesia románica de Santa María y, ya en el siglo XVI, la nueva Colegiata, la tierra guardaba al guerrero andalusí.

Después de largos debates sobre lo que el destino ha podido deparar a las tumbas de los emires y califas cordobeses, emociona seguir una pista que nos puede llevar hasta este punto donde la Historia se detuvo hace más de mil años.

Os dejo las fotos del lugar donde empezamos la rutas soriana este verano.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Calatañazor: todo imperio tiene un ocaso


A veces da la impresión de que Córdoba está por todas partes. Hace unas semanas, en nuestro camino de Burgo de Osma a Soria capital, tomamos un desvío para visitar el lugar donde dice la leyenda que se fraguó el declive del imperio omeya.


En el año 1002, siendo Califa el abúlico Hisham II, el hayib o todopoderoso primer ministro Muhammad ibn Abu Amir preparaba una de sus habituales expediciones hacia tierras cristianas, para pasar a sangre y fuego la región del Alto Duero, en la frontera entre los reinos del norte y el Califato.


Cuentan las crónicas que Almanzor, el Victorioso, que es como se hacía llamar el caudillo musulmán, regresaba de arrasar San Millán de la Cogolla cuando se encontró por sorpresa, en un lugar llamado Calatañazor, con un ejército coaligado de castellanos, leoneses y navarros. Se entabló una feroz batalla que dio como resultado la derrota de las tropas califales, quedando Almanzor herido de muerte.

Aprovechando la noche, huyó hacia la inexpugnable Medinaceli con los restos de su ejército, pero se cree que nunca llegó a la ciudad, muriendo en el valle de Bordecorex.

Sin embargo, esta leyenda que aún pervive en el imaginario colectivo castellano ("en Calatañazor, Almanzor perdió el tambor") podría no corresponderse con la realidad. Las fuentes cristianas de la época ignoran el acontecimiento y se limitan a señalar la fecha y lugar (Medinaceli, en este caso) de la muerte del líder amirí. Las fuentes musulmanas, por su parte, nos presentan a un Almanzor enfermo ya en la salida de Córdoba, y por lo tanto fallecido no a causa de heridas de guerra, sino de muerte natural.

¿Hubo realmente una batalla en los llanos de Calatañazor? ¿O fue sólo una pequeña escaramuza que, unida a la noticia de la desaparición del temido hayib, prendió la mecha de la leyenda en el mundo cristiano?

Según el interesantísimo artículo de Juan Castellanos, los castigados pobladores del norte necesitaban creer en un ejercicio de justicia divina para sanar las heridas que la destrucción de Santiago de Compostela en 998 produjo en sus almas.

Lo único seguro es que la sucesión de Almanzor en la figura de sus hijos, instaurando una dinastía amirí paralela a la de los califas omeyas, marcó un punto de no retorno en el declive del Califato. Cuentan que, en su lecho de muerte, al ver llorar a su hijo Abd al-Malik, el hayib afirmó: "Esta me parece la primera señal de la decadencia que aguarda al imperio".

Ver línea temporal.