miércoles, 6 de febrero de 2008

Alerces en la Mezquita

La campiña cordobesa ha sido, desde tiempos de los romanos, un importante granero para las poblaciones del valle del Guadalquivir. Sin embargo, antes de que el hombre empezara a cultivar estas grandes extensiones de suave relieve, debieron estar pobladas por bosques de los que nada ha quedado.

Un primer ejercicio de imaginación nos lleva hasta grandes masas de encinas de veinte metros de altura, creciendo sobre los fértiles terrenos de la vega, con un denso bosque caducifolio de galería a lo largo de los ríos Guadalquivir y Guadajoz. Sin embargo, la realidad pudo haber sido muy diferente.


Una buena pista nos la darían los edificios más antiguos de Córdoba de los que se conserve su techumbre original. Parecerá difícil encontrarlos aún en pie, pero alguno que otro que es bastante conocido. Por ejemplo, la Mezquita. Sus vigas, redescubiertas en el siglo XIX por los arquitectos Luque Lubián, primero, y Velásquez Bosco más tarde, son de madera de alerce, un pino oloroso del que Ambrosio de Morales nos cuenta que su lugar más cercano de crecimiento (en su siglo XVI) eran las montañas del Atlas marroquí, de donde se habrían traído para la obra de la Mezquita. Se muestra de acuerdo Ramírez de las Casas Deza, por considerar que el alerce europeo y el de las vigas son de especies distintas.


El problema es que no sólo la Aljama contiene esta madera, sino que otros edificios menores de la ciudad también la poseen. Siendo extremadamente apreciada en la antigüedad por no pudrirse casi en ninguna condición, parece difícil pensar que para cualquier casa cordobesa se trajera la madera de África.


La respuesta la dan las crónicas árabes del Ajbar Maymua: los jinetes beréberes que conquistaron Córdoba en 711 acamparon previamente en bosques de alerces situados al sur de la población, entre el Campo de la Verdad y la cuesta de los Visos. Hasta después de la Reconquista confirma Ramírez de Arellano la supervivencia de estos bosques de coníferas de hoja caduca.


Lo sorprendente del dato viene dado porque el alerce (Larix sp, en Europa Larix decidua) es un árbol propio de climas fríos, como ocurre con los bosques boreales de Siberia y Canadá, estando restringido a las montañas en latitudes más bajas. Nunca sabremos con certeza cuál de las hipótesis es la correcta, y nadie sabe qué otras sorpresas podría deparar un estudio del polen depositado en los sedimentos de nuestra campiña.

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